En esta oportunidad, voy a compartirles una breve reflexión sobre dos personajes importantes para Córdoba y para la Iglesia Católica local siendo ejemplos de caridad, de compromiso social, de fe y de acompañamiento a los pobres materiales y de espíritu.
El primero se llamó José Gabriel del Rosario Brochero, nacido en la zona rural, en Villa Santa Rosa allá por el 1840 en una familia de diez hermanos. Realizó sus estudios sacerdotales en el Seminario Nuestra Señora de Loreto y se ordenó en la Catedral de la ciudad en 1866. Fue un gran promotor social, procurando acercar a ricos y a pobres a Dios, tendiendo puentes desde las distintas grietas que existían en el país en esa época. Se doctoró en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y aún así seguía ardiendo su corazón por ayudar a los más necesitados de las zonas serranas, que no tenían ni caminos, ni escuelas y estaban realmente olvidados por el gobierno provincial. De lo único que gozaban, eran de miserias morales y materiales. Aún así, el “Cura Gaucho”, para nada se desanimó y además de anunciar el Evangelio, se preocupó por construir iglesias, escuelas, rutas y gestionar redes ferroviarias que conectaban los pueblos con la capital. Difundió la práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, logrando así numerosas conversiones a la fe católica. En 1877 inauguró una casa en donde se realizaban estos ejercicios y que pasaron por allí 40 mil personas, teniendo en cuenta que en la ciudad de córdoba solo había cerca 21 mil personas y aproximadamente 137 mil en toda la provincia. Luego de dedicar su vida entera a los pobres devolviéndoles la dignidad, desde lo social, moral y cultural, Brochero en 1914 murió ciego y con lepra, contraídos por visitar y acompañar a los enfermos de las sierras cordobesas llevándoles el Evangelio y los sacramentos hasta sus últimos momentos.
El segundo, es otro cordobés nacido el 19 de marzo del 1849 en Luyaba, un pequeño pueblito de Traslasierra, también en una familia numerosa: Fray José León Torres, fundador de las hermanas Mercedarias del Niño Jesús, la rama femenina de la Orden de la Merced, tienen su casa de formación acá a la vuelta, su colegio central, casa general y geriátrico en el antiguo barrio de Alta Córdoba. Ingresó a la Orden a la edad de 14 años en Córdoba. Ocupó importantes cargos jerárquicos durante su carrera religiosa, siendo además profesor y formador de los nuevos frailes.
El padre Torres, como siempre lo llamaron, supo estar atento a lo que en su época hacía falta, era necesario y estaba a su alcance. Principalmente reconoció por inspiración divina, y teniendo como modelo a la Virgen de la Merced, la idea y el compromiso de entender el rol de la mujer en su tiempo con todo lo que eso significaba, pudiéndose comprometer con la sociedad de su tiempo. Comenzó su obra el 1 de octubre del 1887 con solo diez monjitas, con el fin de asistir a niños huérfanos y pobres en los barrios periféricos de la ciudad.
Antiguamente, el barrio de Alta Córdoba, era un barrio de personas adineradas y familias bien, que contribuyeron mucho a la fundación y desarrollo de la congregación, donando terrenos, bancos de la iglesia, materiales de construcción y dinero para los gastos propios de la obra.
En un contexto en donde la Nación Argentina tenía poco tiempo de estar conformada y los inmigrantes europeos ya se habían y se estaban aún instalando desde hace algunos años, José León no excluyó a nadie y dedicó la mayor parte de su vida a la predicación del Evangelio, al acompañamiento espiritual y sacramental de los pobres, asumiendo un compromiso real por la liberación de las cautividades de la época, eligiendo siempre la libertad y caridad como emblema.
Trabajó fielmente en conjunto con las hermanas mercedarias en las instituciones educativas, por la educación liberadora en la niñez, juventud y familias, promoviendo también la dignidad y el protagonismo de la mujer, anunciando así la Nueva Noticia para cada persona reflejando así el rostro vivo de Cristo.
Lo que realmente iguala a estos dos personajes, no sólo son los mates de peperina y poleo que tomaban en las sierras, ni tampoco que fueron contemporáneos y que posiblemente se conocían personalmente, si no la pasión por el compromiso social, la asistencia espiritual y sacramental a los cordobeses tanto de las sierras como de la ciudad. La promoción y el desarrollo de los sectores más vulnerables de la época, los pobres materiales, enfermos y las mujeres. Tanto el cura Brochero como el padre Torres, fueron fieles a los proyectos que Dios infundía en sus corazones, disponiendo su vida a completar la obra divina que a lo largo del tiempo se comprobó que fue siempre para el bien común. Ambos fueron comprometidos con la Iglesia, con la sociedad y con Dios, siendo fieles devotos a la Virgen María, asumieron ser transparentes testigos del redentor, preocupándose por la dignidad de las personas, recordándoles que todos somos hijos de Dios.
Monje, Alan Maximiliano.